En estas obras abstractas, el color se convierte en lenguaje y el gesto en pensamiento. Cada trazo, goteo o mancha nace del impulso más instintivo, pero encuentra equilibrio en la intuición y el control. Aquí, el caos no es desorden, sino vida en expansión: un reflejo de lo que sentimos, de lo que no sabemos nombrar pero igual nos atraviesa.

​

Estas piezas son una exploración de la energía y la vibración del color, una búsqueda por capturar el movimiento invisible de las emociones humanas. No representan un objeto, sino un estado. Son mapas emocionales donde la materia fluye con libertad, desafiando la lógica y celebrando la imperfección.

​

En ellas, el color no solo ocupa el espacio: lo transforma. Invita al espectador a perderse y reencontrarse, a dejar que la pintura hable su propio idioma, uno que trasciende las palabras.